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Tertulias en Villa Los Ramos en tiempos de María

  • Jan 13, 2020
  • 4 min read

Updated: Jan 14, 2020

Esta nota la escribí meses después del huracán María. En estos días de inestabilidad emocional a causa de la reciente actividad sísmica en la isla, considero importante reflexionar un poco sobre el papel de los alimentos en tiempos de crisis.

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Decir “María” en Puerto Rico tiene nuevas connotaciones. María ahora es un nombre con características. Se asocia con vientos fuertes, aguas torrenciales, diluvios catastróficos, Utuado, miedo, hambre, oscuridad, pérdidas (muchas pérdidas) y con muertes.


Así pasen 10 o 10 mil años, el huracán María será un tema pertinente y constante. El suceso marcó un antes y después, y cambió el ritmo de vida de quienes viven en la isla.


Mi familia y amigos todavía me cuentan sobre el huracán, y sobre los días después del huracán. Lo que describen parece ser una escena del fin del mundo donde las personas se acostumbran a vivir en una realidad destruída.


Mi familia tiene muchas historias. Mi favorita es la de las tertulias que empezaron en mi hogar días después del huracán. Para mi familia las tertulias de Villa Los Ramos, mi comunidad, representaba el momento de desahogo del día o una actividad para canalizar frustraciones post huracán.


El día uno después del huracán María, algunos de mis tíos y mis vecinos se reunieron en casa de mis padres al caer la noche porque era la única casa cercana con planta eléctrica. Se reunían en el balcón, con luz prendida, a tomar chocolate caliente y comer pan y queso. También hablaban mucho y trataban de encontrar un canal de televisión para transmitir las noticias.


Según mi hermana, el tema favorito de todos ellos era la fila para comprar gasolina. Hablaban de las horas que pasaban allí bajo el sol, a quiénes se encontraban y de los chismes nuevos que se enteraban. También escuchaban 10 minutos de radio, la emisora que apareciera. Casi siempre era una religiosa o venezolana. La escuchaban por 10 minutos porque ese era el tiempo que duraba la batería del radio.


En las tertulias lo principal era tomar chocolate caliente, chocolate Cortés, por supuesto, el favorito de todos. La rutina era ir en la mañana a comprar la barra de chocolate y el pan. En las panaderías vendían una libra de pan por persona. Una día no encontraron la barra de chocolate Cortés y mi vecino les llevó una “marca diablo”, como dice mi hermana, y para arreglar el sabor mi mamá le echó un montón de otras cosas.


En otras ocasiones comieron cosas más fuertes como pescado. Mi mamá tenía mucho pescado y lo hizo todo antes de que se dañara en la nevera. Ese día todos cenaron en mi casa. También discutían, como parte del desespero. Por ejemplo, un día mi hermana y mi primo se enredaron en una pelea porque mi primo se comió una lata de salchichas. Mi hermana estaba en pánico, porque, como la comida estaba siendo racionada, decía que esa lata de salchichas pudo haber servido para todos cenar arroz con salchichas. Fue tanto su desespero, que hizo un inventario de lo que tenían en la alacena de casa. Luego de eso se calmó, porque entendió que en casa tenían suficiente comida enlatada como para dos meses.


También, cuando se cansaban de contar tanto chisme, jugaban juegos de mesas.


Pero todos los días era como un nuevo episodio de un sitcom. Uno de esos días mi hermana lo nombró: El día de la antena de tío Arnaldo. Aquí les dejo los detalles del capítulo narrado por mi hermana Karla:


“Papi tenía un montón de antenas de tubos y las ponía en todos lados con la esperanza de poder ver algún canal de televisión y enterarnos qué estaba pasando en el país. Un día llegó titi Marilyn y le dijo que para conseguir señal tenía que ubicar las antenas hacia la antena del bosque Guajataca. Algo así, titi hizo el análisis y nosotros movimos las antenas hacia donde ella decía, pero no salía nada. Entonces empezaron, mueve pa’ este lao, y seguían mueve pa’ otro lado. Hasta pasamos la antena debajo de una madera que protegía la puerta de los pillos y nada. Entonces llegó el día de la antena de Tío Arnaldo. Ese día tío llegó con una antena de latas y yo pensé ¡esto no puede ser cierto! Él tenía la misma lógica de titi Marilyn que si el monte de Guajataca y eso, entonces nosotros le montamos un chiste a tío y tío decía ‘no jodan con la antena’. ¿Puedes creer que la jodia antena de tío cogió los canales que queríamos ver? Ese fue el momento en que la tertulia se convirtió en algo sagrado para todos”, contó.


“Cuando cogió los canales empezamos a gritar. Gritábamos ‘¡no lo muevas!’ y Javi (mi hermano) le daba scan a los canales. Estaba Jowy, Dylan (los vecinos), papi y Javi. Pusimos un canal que no se veía bien pero por lo menos lo podíamos escuchar. Era un canal local de Mayagüez. Así nos empezamos a enterar de las cosas. Todo lo que había era programación de 12 pm a 12 am y todo sobre el huracán. También daban Lo sé todo y Dando candela”, añadió.


Las tertulias, como les llamó mi papá a esas reuniones nocturnas, ocurrían todos los días desde las 6:00 pm o 7:00 pm hasta las 10:00 pm u 11:00 pm. Ocurrieron desde el primer día después de María, septiembre 21, hasta que les llegó la electricidad a finales de octubre. En ellas el alimento era protagónico. Compartían lo que tenían. Unos traían leche, otros el queso, otros ponían el chocolate y otros cocinaban.


La actual inestabilidad sísmica en el país nos vuelve a colocar en una situación de riesgo. Riesgo a perderlo todo, riesgo al hambre, la sed y el desespero. Sin embargo, la autogestión del puertorriqueño nos presenta otro panorama. A los lugares más afectados están llegando alimentos, agua y cocineros listos para darnos el combustible que nos mueve. La situación nos vuelve a recordar la importancia de los alimentos simples hechos con amor y el ejercicio de ingerirlos compartiendo el diálogo. Una vez más canalizamos nuestras tristezas y frustraciones alrededor de los alimentos, la familia y los vecinos, bajo la oscuridad de la noche y la incertidumbre de lo que viene pero con buena cara, eso siempre.

 
 
 

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