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Vivir en cuarentena: Versión familia y amigos

  • Apr 6, 2020
  • 4 min read

"Esto es comer y cagar", papi. Ahórrense la finura, estamos todos en las mismas.

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"Estoy bien jalta ya", me dijo mi hermana, mientras que papi se rapaba la barba a escondidas. Llevan semanas refugiados en casa en Arecibo bajo las estrictas medidas de protección de mi madre. En resumen, nadie sale a menos que tenga que ir al supermercado. Incluso a mis abuelos, que viven en una casita a dos minutos de la nuestra, le prohibieron las salidas. Estacionaron la guagua de mi hermana detrás del carro de abuelo y se trajeron la llave. ¿Serán listos?


El que llega a casa tiene que desinfectar todo en la entrada e ir directo a bañarse. En la mañana se tragan un puñado de vitaminas y suplementos, y antes de dormir se beben un té de jengibre con limón, miel y canela para mantener el sistema inmune ready para la batalla.


Cuando el toque de queda empezó, a mis hermanos les pausaron sus contratos de trabajo. Mientras que mi primo tuvo que recoger todo el inventario en su restaurante y cerrar las puertas hasta nuevo aviso. Desde entonces han estado en casa matando el tiempo juntos. Han sembrado vegetales, han aprendido a hacer alcapurrias, han preparado canela y jugo de cranberry casero. Por las tardes mayormente cocina mi madre, pero también mi hermano y mi primo han jugado a ser los cocineros del hogar.


También, al inicio de la cuarentena uno de mis tíos se saltaba las órdenes de queda e iba a parar a casa a buscar medio galón de leche, de los que mi primo tuvo que traer de su negocio. Tío decía, "si me para un guardia le digo que estaba comprando leche". Mientras que mi padre se quedaba hasta tarde limpiando el patio de mi abuela. Mi tía Marilyn tenía que recordarle que la alarma de Wanda ya había sonado.


Al sur, mi cuñada Memín se refugia con su familia quienes todavía no habían superado los temblores cuando ya tenían que confiar en que las columnas de su hogar no iban a colapsar mientras les protegían de esta nueva amenaza. En su casa también siguen medidas estrictas de protección, tal vez un poco más estrictas que en un hogar común pues su mamá es enfermera y teme traer consigo el maligno virus.


"Aquí a mami le dejamos la puerta abierta, que está bien cerca del baño. Se quita los zapatos afuera y los desinfecta. Le dejamos su ropa limpia y un balde con detergente para que lave la ropa del trabajo a mano. Mientras que a Zero (el perro) lo escondemos a lo que ella entra para que no la toque hasta que se bañe", me contó.


Según Mema, siempre logran conseguir los alimentos que buscan y se han sentido seguros mientras hacen sus compras. Los enfermeros y trabajadores de la salud tienen prioridad en los supermercados. Su mamá ha podido estar fuera del establecimiento en cuestión de minutos ya que por ser enfermera no tiene que hacer fila.


En San Juan, mi querida amiga Yarían aguanta lo más que puede la tentación de ir a pasar la cuarentena con su mamá y sus abuelos. Su mamá se lo prohibió por que los abuelos están definitivamente en la edad con más riesgo. Yarían recibió su carta de layoff hace unas semanas, pero confía en que una vez esto termine, va a regresar a su trabajo. Mientras tanto sus horas de sueño pasaron a ser durante el día. Ahora se acuesta a dormir a las 6:00 am y despierta a las 3:00 pm. Ha visto casi todo en Netflix, se sabe las rutinas de ejercicio de los principales influencers y le ha cogido el gusto a la cocina. Esta mujer me saca lagrimitas cada vez que me pregunta cómo cocinar algo. Me siento como uno de los "essential services".


De vuelta a Arecibo, a mi amiga Rahissa le toca perseguir a sus supervisores en el hospital donde trabaja para que le faciliten el equipo de protección necesario para su labor. En palabras claras, en el hospital donde trabaja están regulando el uso de mascarillas para asegurar que tendrán suficientes durante toda la emergencia. Mientras que a Richard, otro amigo de la adolescencia, le urge que esta pandemia se controle. Está al cuidado de sus viejos, quienes han tenido varias altas y bajas. Para él la situación es extra estresante y doblemente riesgosa. 


Más hacia el oeste, mi amiga Yaneris ha aprendido a controlar su necesidad de movimiento. Esta pisciana es como un pez en mar abierto. Le encanta pasear, ir a la playa, salir con amigos, comer fuera y disfrutar de la naturaleza en general. La cuarentena la tiene apreciando las cosas simples de la vida. Estar en casa para ella ha sido una excusa para empezar nuevos proyectos o continuar otros. Según ella, está cansada de cocinar, pero yo no le creo. Disfruta demasiado comer, y en estos momentos no tiene otra opción que ensuciarse las manos de sofrito. Los otros días hizo bacalaítos y juzgando por su aspecto, estaban de show.


Lastimosamente, son hijos de la crisis. Primero María, luego los temblores del sur y ahora la pandemia. El ánimo para todos viene del apoyo colectivo, del café de las mañanas con un pedazo de pan, del comer pana con yautía y bacalao al caer el sol, del entender que lo peor siempre pasa. Pero, ¿será cierto que lo peor siempre pasa? 


Llamé a mi hermana por videollamada y estaban todos en casa viendo la conferencia de prensa de la gobernadora y su combo. Papi agarra el teléfono y dice, “ahora no se puede salir en fin de semana. Esto se puso más fuerte”. Al colgar la videollamada, puse el live de la conferencia de prensa. Leyendo los comentarios noté que en esta sociedad, la crisis siempre se va a experimentar diferente. Unos decían “es simple, quédense en su casa”, mientras que otros decían “los fin de semana es la única oportunidad que tengo para ir al supermercado”. Lo peor, ya no sé qué es lo peor.



 
 
 

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