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La comida típica como refugio

  • Nov 21, 2019
  • 4 min read

Updated: Nov 25, 2019

Una reflexión sobre la comida y la identidad.

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¿En dónde aquí encontraré

como en mi suelo criollo

el plato de arroz con pollo,

la taza de buen café?

¿En dónde, en dónde veré,

radiantes en su atavío,

las mozas, ricas en brío,

cuyas miradas deslumbran?

¡Aquí los ojos no alumbran!

¡Este país no es el mío!

-Virgilio Dávila

Estaba en el gate 14 del Boston Logan Airport con destino a San Juan, Puerto Rico. Un vuelo relativamente vacío. Luego de una rápida inspección visual, supe que la mayoría de los pasajeros éramos puertorriqueños.


Todos estábamos ansiosos por llegar a casa. Unos iban por la temporada navideña, otros regresaban de unas vacaciones en fríolandia, mientras que otros iban por cuestiones familiares. Yo, por mi parte, iba a sorprender a mi madre, mi padre y mi hermana en su mes de natalicio; a celebrar la graduación de maestría de mi hermano y a acompañar a mi primo en la apertura de su restaurante.


Mientras esperábamos en el gate, varias personas conversaban sobre la vida en Estados Unidos en comparación con la vida en Puerto Rico. Yo disfruto mucho escuchar conversaciones ajenas. Quisiera poder evitarlo, pero en realidad me intriga saber de la gente y sus historias de vida. En esa conversación las personas concluyeron que en Boston hay oportunidades de crecimiento profesional, pero no está el calor familiar, las navidades mas largas del mundo, la medalla, ni nuestra comida. Y para nosotros los boricuas, nuestra gastronomía es esencial para nuestra identidad.


Según Cruz Miguel Cuadra Ortiz, historiador y profesor, en su libro Puerto Rico en la olla, ¿somos aún lo que comimos?, menciona que “si bien los alimentos tienen la capacidad material para sostener la condición física, el bienestar social y material de las personas y la reproducción humana, los alimentos -y las formas cómo los cocinamos y comemos-, reproducen también las formas en que las personas, los grupos y las sociedades interactúan entre sí, negocian y experimentan rasgos culturales diferentes o extraños, y se expresan sobre el mundo”. Agregó que la cocina es un vehículo de autorepresentación, de comunión y de refugio de las identidades, y constituye la forma de ponerse en contacto con otras culturas.


"La cocina y la comida se han convertido en categorías de identidad nacional, lealtades patrióticas y pluralismos sociales", señaló en su libro. Ortiz Cuadra establece también que cada cocina tiene confecciones específicas que son productos culturales distintos que sirven como una forma de ser identificados dentro de un grupo, comunidad, o nación.


Por otro lado, María Inés Ortíz, profesora en la Universidad de Cincinnati, en su tesis doctoral La comida que nos une y la geografía que nos separa: El discurso gastronómico símbolo de la identidad puertorriqueña en Trópico en Manhattan de Guillermo Cotto-Thorner, explica cómo la comida típica puertorriqueña funciona como vínculo entre los puertorriqueños que viven en la isla y la diáspora, utilizando como base la novela Trópico en Manhattan.


Para la autora, la comida puertorriqueña en la diáspora sirve como símbolo de unión porque "la comida en este sentido es un ecualizador para quienes viven fuera, ya que a pesar de las diferencias ideológicas esa vuelta al corazón materno de la isla se logra a través de la comida, porque al final del día todos comemos. Y para quienes no pueden o no tienen para comer es más difícil", explicó a través de correo electrónico. Pero más allá de un símbolo de unión, es una forma de difundir su cultura e identidad que en este nuevo espacio está amenazado por la cultura estadounidense.


En Trópico en Manhattan, Cotto-Thurner presenta a los personajes, su orgullo nacional y su identidad boricua a través de la comida. Para la diáspora, dijo la profesora, la comida funciona como un alivio ante su salida. La comida no les permite perder la memoria del lugar que dejaron atrás. De esta manera, a pesar de la distancia, muestran que la cultura puertorriqueña está presente todos los días.


Inés Ortiz también explicó que cuando las personas de la diáspora cocinan, cuecen los alimentos que los llevan a la niñez, “a esos momentos donde un buen sancocho cura más que cualquier antibiótico para la influenza. Es un espacio donde la nourriture (comida en francés) te nutre, te llena de vida, te da un sentido de lo complicados que somos como individuos, aún más cuando sentimos que estamos en esta constante batalla del fit-in en una nueva cultura sin dejar de ser nosotros mismos. Los ingredientes son todas esas memorias e historias que están atadas a la forma de hacer los pasteles, o de cómo se hace el pernil, empieza a disolverse en pequeñas ramificaciones de lo que es la identidad y como nuestro pasado ha dado forma a una gran parte de ella".


Una vez en el avión, frente a mí se sentaron dos boricuas de unos 23-26 años. Dictaban platos héroes de la cultura puertorriqueña como vendedores de verduras de parcelas. “Alcapurrias” dijo uno, “bacalaítos” respondió el otro. Seguido una larga carcajada de los demás pasajeros. Luego volvieron a exclamar “lechón, pernil, coquito”. Pareciera que suplicaban por la medicina a nuestra enfermedad. En tres horas y media íbamos a recibir nuestra dosis. Ya mismo estaríamos en casa.

 
 
 

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