Cuando me toca tirarle fotos a la comida que preparo, casi siempre las tripas me suenan por hambre.
¿Se han llegado a preguntar dónde termina o qué pasa con la comida que comparto en Jengibre? En caso de que se lo hayan preguntado, la respuesta es que termina en mi panza y en la de mis roommates. Algunas veces cocino porciones pequeñas solo para mí, otras veces es el family meal del hogar. Pero una cosa siempre es constante, nada se pierde. Bueno, si algo queda descartado es porque no salió bien.
Aclarado esto, hay otra cosa que es la que realmente les quiero contar.
Me imagino que todos, de un modo u otro, hemos tenido ante nosotros un plato de comida merecedor de una foto que lo evidencie por los siglos de los siglos. Ese periodo de tiempo que tardamos en retratar la comida puede llegar a sentirse como una tortura. El aroma que emana, el humito que demuestra que está acabada de preparar, la textura que se aprecia a simple vista, todo eso es una promesa de que está riquísimo.
Sin embargo, cada segundo que pasamos sin darle un bocado hace que nos desesperemos; empezamos a salivar de más, nos suda la frente, y al final decimos “olvídate de la foto, yo lo que quiero es devorarme esta delicia”. Pues eso mismo me pasa a mí la mayoría de las veces que cocino algo para publicar.
La realidad es que Jengibre todavía no me genera ninguna ganancia que no sea emocional y espiritual, es decir, no gano dinero con esto. No me pagan, no me auspician, todo es un esfuerzo porque me da la gana de hacerlo, porque encuentro mucho placer y felicidad. Pero, por esta misma razón, todo lo que les presento es el alimento que me comí unos días antes de su publicación. Esto quiere decir que la mayoría de las veces cocino con hambre, y cuando llega la hora de retratar la comida, estoy esmayaaaaa'.
Así que esa imagen que les presenté anteriormente, de retratar el plato y que se te haga la boca agua, me pasa mucho. La diferencia es que mi tortura dura como mínimo unos 20 minutos a lo que consigo una foto decente. Pero si les soy honesta, y esta es la razón por la que se me ocurrió escribir esto, yo también he dicho “olvídate de las fotos, yo voy a comer”. Tiro dos o tres fotos, apago la cámara, y libero una corta plegaria al universo para que al menos una de esas tres fotos esté enfocada. Es toda una aventura, y me encanta (aunque parezca que me estoy quejando).
Al final todo lo que les quería decir es que no sean tan duros con ustedes mismos, hagan las cosas con sinceridad y amor, y verán que el resto se acomoda. Al menos esto me digo cuando me toca tirar fotos con las tripas dando un concierto.
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